martes, 6 de julio de 2010

¿Existe la vida de pareja después de la llegada de los chicos?

Nota publicada en revista Planetario





Link: http://www.revistaplanetario.com.ar/archivo_planetario/reflexiones104.htm

Reflexiones / Crianza





Pareja de padres





La historia es conocida. Muchas veces el amor intenso, la felicidad de a dos, la aventura de la convivencia es dejada de lado -a veces olvidada incluso- cuando llegan los hijos. Niños que ponen en el rol de madre y padre a dos adultos que día a día empiezan a dejar de lado los placeres de la vida inventados para compartir de a dos. Entonces, la sexualidad, la sensualidad y la posibilidad de armar planes exclusivos para adultos enamorados, se ve coartada por una serie de prerrogativas y actividades infantiles que día y noche demandan atención. Una historia que se repite en las mejores familias.





Por Gabriela Baby






“Carla habla sin parar todas las noches y ocupa la hora de la cena con sus aventuras escolares. Imposible hablar con mi esposo”, dice Helena, madre de una niña de seis años. “Los sábados y domingos me la paso en la plaza con Joaquín y Gastón o en el cine viendo películas infantiles o en peloteros. Con mi esposa hace varios años que no salimos solos”, se lamenta Juan Ignacio, padre de dos varones de 6 y de 8 años.“Desde que nació Malena no hubo una sola noche que durmiera de corrido. Así no dan ganas de armar planes con mi marido”, dice Carolina, con su hijita de año y medio a upa.



Los ejemplos pueden seguir casi infinitamente. El panorama de adultos rendidos ante la atención de sus hijos es amplio y penoso. Porque muchos padres y madres han suspendido su vida de a dos -salidas, sexualidad, intereses compartidos- por priorizar las actividades y tiempos dedicados a los hijos. ¿Existe la vida de pareja después de los hijos? “No todos los padres y madres pierden el vínculo de pareja cuando nacen los chicos, pero sí la mayoría”, asegura Eva Rotenberg, psicoanalista, fundadora y coordinadora de la Escuela para padres y autora de varios libros sobre crianza y niñez. Porque un bebé recién nacido está en un estado de indefensión, propio de los seres humanos, que moviliza los aspectos más solidarios de cada uno de sus padres. Y si eso no está elaborado, quizá la mamá, o el papá, o los dos se vuelcan a atender a los niños excesivamente, a vivir para los hijos. Y ahí empiezan a conformar un tipo de vínculo en el que ellos dan todo y descuidan su vida personal o su vida de pareja, sin ser concientes de las consecuencias de esto”. Pero antes de avanzar en los efectos, conviene detenerse en las causas.





Rotenberg dispara un cuestionamiento desestabilizador: “Una de las preguntas fundamentales a tener en cuenta cuando se configura la familia es ¿de quién son los hijos? O, en otras palabras, ¿para qué o para quién se traen hijos a este mundo? Porque uno trae hijos al mundo para que hagan su vida. Pero esto no es tan fácil de visualizar, porque los padres traen hijos al mundo como proyecto de la pareja o proyecto de vida de ellos, los adultos. Entonces, ahí puede surgir la confusión”.Una encrucijada a resolver desde el minuto cero de la vida de un chico. Rotenberg continúa: Con el crecimiento, los hijos tienen que poder adueñarse de su propia vida, de su cuerpo y su futuro. Entonces, a medida que crecen se van separando de sus padres, para unirse de otra manera”. La psicoanalista traza un recorrido que va del primer corte -el del cordón umbilical, que inaugura nuevas formas de relacionarse- hasta momentos de libertad de hijos mayores que deciden irse de campamento o visitar a un amigo. “El crecimiento implica ciertos cortes que dan espacio a nuevas formas de vincularse”, describe la psicóloga.Este camino de despegue de un niño con su madre -y también con su padre- es un trayecto saludable para cada miembro de la familia. Eva Rotenberg cita a una especialista en el tema:Jessica Benjamin, una psicoanalista norteamericana, dice que la madre necesita despegarse del niño tanto como el niño necesita despegarse de la madre. Porque esta distancia permite al niño reconocer que los padres son otro, otras personas, y de esta manera puede discriminarse a él mismo: verse como persona”.






Sobreprotección y niño rey





Pero cuando los padres no pueden cortar ciertos modos de relacionarse invaden terrenos de los chicos o dan un poder al hijo que torna insostenible la convivencia familiar. Sobreprotección y empoderamiento del niño son las dos caras de una misma moneda: la que tiene a los padres al servicio casi exclusivo de sus hijos. Eva Rotenberg lo describe así: “Protección implica dar al otro lo que el otro necesita. En cambio, en la sobreprotección el adulto da lo que él mismo necesita dar. Y deja al chico desamparado en otros aspectos, porque no hay registro de lo que realmente necesita”.Más allá del enunciado teórico, el ejercicio de la sobreprotección se puede visualizar claramente en gestos y escenas: “Un chico necesita ir a las fiestas de sus amiguitos, visitar a sus abuelos, hacer un campamento con el colegio o quedarse a dormir en la casa de un amigo. A determinada edad, ya no necesita que esté su mamá ahí vigilando o haciéndose amiga de todos sus amigos. Un padre o una madre que cubre todos los espacios no deja libertad de crecer al hijo y tampoco se deja espacio para desarrollarse en su vida de adulto”, puntualiza la especialista.Como contracara de esta misma moneda, el juego que juegan padres y madres abocados ciento por ciento a sus hijos es el triste juego del niño rey: padres al servicio de un niño tirano. “Se trata del nene al que los padres le otorgan un poder con el que termina dominando todas las situaciones de la familia. Desde ¿qué comemos hoy? hasta ¿a dónde querés ir?, el nene elige todo. Y los padres piensan que así van a hacer un adulto seguro. En general, esto se da porque esos padres son adultos inseguros y tratan al hijo como les hubiera gustado que los tengan en cuenta a ellos. Quieren escuchar la opinión del hijo pero en realidad es la única opinión que cuenta, que no es lo mismo”.Niños que deciden todo y padres sometidos que han olvidado que eran una pareja, unas personas, y se dedican día y noche a cumplir con los deseos del nene.
Un poco de historia“En el siglo XX se ha dado un cambio de paradigma muy importante acerca de cómo se constituyen las familias, cómo se crían los hijos y el lugar que se le da a cada uno. Porque en el Antiguo Régimen las familias tenían entre diez y quince hijos que se criaban entre hermanos y miembros de la familia y no eran individualidades tan destacadas. Actualmente, en cambio, hay pocos hijos por pareja y eso hace que estén entronizados como herederos de los narcisismos de cada familia”, asegura Irene Fridman, psicoanalista e investigadora en temas de género y familia. Su perspectiva permite historizar la situación de las familias actuales y de aquellos casos en los que los adultos han perdido su relación de pareja en función de su rol de padre y madre.“El devenir histórico también ubica a las familias contemporáneas en una situación de múltiples exigencias para los adultos. Las mujeres deben ser madres ejemplares, profesionales exitosas, eficientes gerentes del hogar, coordinadoras de horarios infantiles y atractivas esposas. A los varones les corresponde ser padres muy presentes en la crianza, profesionales actualizados, maridos afectivamente activos y también atractivos: exigencias que terminan por agotar a cualquier ser humano. Y casi sin ayuda”, describe la psicóloga.Tironeos, demandas y tareas a realizar que al final de cada día hacen sentir a los miembros de la pareja sencillamente agotados. Irene Fridman acota: “Criar hijos lleva mucho tiempo y, si no hay ayuda de abuelos, tíos o niñeras, ese tiempo que antes estaba dedicado a la pareja ahora está dedicado a los hijos. En muchos casos, no es que la madre deje de lado su vida o sus intereses por los chicos sino que hay una labor doméstica que sostiene el funcionamiento de la familia que lleva tiempo y energía”, aclara la especialista.Y quienes tienen hijos lo saben: cuando las exigencias del día se han cumplido, lo único que madre y padre quieren es… ¡dormir!






El amor en los tiempos de crianza Irene Fridman facilita una mirada diferenciadora sobre la pareja de progenitores: “Hay que tener en cuenta que, contra lo que muchos suponen, los hijos son un fragilizador de la pareja. Es mentira que los hijos consolidan una pareja, al contrario: tienden a separarla. La pareja que se pierde porque al ser padres están abrumados por la crianza y el cuidado de los hijos. Y surge un conflicto severo, porque los adultos empiezan a ser hermanos en la producción de bienes para los niños y pierden el régimen erótico deseante”, define la psicoanalista.El cine lo dijo primero: no hay escenas románticas en un living con muñecos y Barbies que miran atónitos desde un rincón, ni charlas de temas de pareja en el pelotero, ni planteos apenas sensuales en una hamburguesería atestada de ruidos y chicos. El amor adulto requiere climas, lugares, espacios y momentos que no se producen por azar. En definitiva, la pareja que quiere sobrevivir como tal deberá poner intencionalidad y energía para sostener este espacio, o recuperarlo en el caso de que lo haya perdido.Sostener la trama privada de la pareja es un acto de salud y bienestar para todos: grandes y chicos. Fridman sostiene: “Que los chicos vean a sus padres amándose y teniendo espacio privado para ellos les permite a ellos tener espacio privado para sí. Es un modelo a imitar que además enseña que ningún vínculo es cien por ciento para uno: ni el vínculo de pareja, ni el vínculo con el hijo, ni de los hijos hacia los padres. Porque todo vínculo es un vínculo parcial: cada persona tiene intereses con otras personas y con otras cosas. Esto ayuda a los chicos a subjetivarse como personas en relación con otras y a la vez independientes”, puntualiza la especialista.
Algunas historias de vida y de parejaLa pareja, ese misterioPensar en la pareja como un espacio aut ónomo y creativo es tarea de los integrantes de uno de los talleres del Hospital Pirovano llamado, justamente, “La pareja, ese misterio”. Bajo la coordinación de María Eva Moggia y Gustavo Blotto, los talleristas reflexionan sobre las vivencias pasadas de cada uno y su proyección en la vida de a dos. Por intromisión de esta cronista, las miradas apuntan ahora hacia el vínculo entre pareja e hijos.“Desde que mis hijos eran bien chiquitos, insistí siempre en mantener la separación de la pareja y de los hijos. Recuerdo que con tres o cuatro meses, ya los pasábamos a su habitación, para poder conservar la intimidad. Y luego cerrábamos la puerta del cuarto para poder estar solos con mi esposa. El respeto por los espacios de la casa es fundamental”, dice Gustavo Blotto, recordando la época de estreno del rol de padre. Con sus hijos grandes puede comentar -con humor y chistes- este modo de crianza. “Yo entiendo que las parejas que se pierden en otros temas -que pueden ser la familia, los hijos, la pobreza, el clima o lo que fuera- es porque no tienen un interés profundo en el otro. Si la pareja está bien consolidada, la cuña que meten los hijos no logra desarmar el vínculo. Y el pegamento de la pareja es el amor y la buena sexualidad”, sostiene María Eva Moggia.Los coordinadores disparan propuestas para que el grupo avance en la reflexión. Se habla de padres permisivos, de niños que dominan los tiempos y copan los espacios de la casa. El grupo debate de manera organizada.





Todos se escuchan.Ahora es el turno de Susana (65): “Veo a los padres de hoy más permisivos que los de antes. Yo creo que antes eran más claros los límites. No sólo en las familias, sino también a nivel social. Quizá sea por comodidad: es más cómodo dejar hacer que poner límites. Y esto hace que los chicos invadan todos los espacios que quieren”.Focalizando en la pareja, cada uno relata algo de su propia experiencia y algo de la mirada que tienen sobre las parejas de sus padres. El espacio se llena de anécdotas. Eva: “Mi abuela me contaba que ella tuvo once hermanos. Y mis bisabuelos se trataban de usted y dormían en dormitorios separados. Pero mi abuela se acordaba de las miradas de complicidad de sus padres en la mesa, cuando estaban él en una punta de la mesa y la madre en la otra con seis hijos de cada lado. Miraditas y sonrisitas de su papá y su mamá que señalaban que ahí había un buen diálogo. Sospecho que mis bisabuelos se entendían muy bien como pareja. Más allá de los doce hijos y de las circunstancias”. María Elena interviene ahora: “Yo viví algo de lo que dijo María Eva con mis padres y siempre le reclamé que fueron más pareja que padres. Estaban más ocupados en ellos que en mi hermano y en mí. Yo necesitaba a mi mamá y ella me respondía: ‘ahora estoy con tu papá’. Y me quedaba esperando. He visto a mi papá tocarle el traste a mi mamá cuando daba vuelta a la mesa para servir la comida. Entonces, como pareja fue bárbara, con una comunicación increíble. Pero a mi me faltó mamá y papá”.El grupo se pregunta por el equilibrio: ese difícil punto donde no hay excesos ni faltas. María Elena sigue ahora con una experiencia de su propio matrimonio: “Yo fui la cara opuesta de mi mamá: me llevé muy mal con mi marido, que casi estuvo ausente en los grandes momentos de mi vida. Pero ahora veo algo muy diferente en la pareja de mi hijo. Cuando nació mi primer nieto, desestabilizó un poco a la pareja: mi nuera estaba pegada al bebé y mi hijo la reclamaba como mujer. Pero ellos pudieron replantear la situación y la pareja salió fortalecida. Y para mí fue muy conmovedor, y una gran enseñanza”. Los integrantes del taller avanzan en historias tiernas y terribles. Las palabras de uno se reflejan en la biografía del otro. No hay respuestas asertivas ni fórmulas para las preguntas que inundan la mesa. Apenas algunas pistas que acechan tímidamente algo del misterio.

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