martes, 6 de julio de 2010

¿Existe la vida de pareja después de la llegada de los chicos?

Nota publicada en revista Planetario





Link: http://www.revistaplanetario.com.ar/archivo_planetario/reflexiones104.htm

Reflexiones / Crianza





Pareja de padres





La historia es conocida. Muchas veces el amor intenso, la felicidad de a dos, la aventura de la convivencia es dejada de lado -a veces olvidada incluso- cuando llegan los hijos. Niños que ponen en el rol de madre y padre a dos adultos que día a día empiezan a dejar de lado los placeres de la vida inventados para compartir de a dos. Entonces, la sexualidad, la sensualidad y la posibilidad de armar planes exclusivos para adultos enamorados, se ve coartada por una serie de prerrogativas y actividades infantiles que día y noche demandan atención. Una historia que se repite en las mejores familias.





Por Gabriela Baby






“Carla habla sin parar todas las noches y ocupa la hora de la cena con sus aventuras escolares. Imposible hablar con mi esposo”, dice Helena, madre de una niña de seis años. “Los sábados y domingos me la paso en la plaza con Joaquín y Gastón o en el cine viendo películas infantiles o en peloteros. Con mi esposa hace varios años que no salimos solos”, se lamenta Juan Ignacio, padre de dos varones de 6 y de 8 años.“Desde que nació Malena no hubo una sola noche que durmiera de corrido. Así no dan ganas de armar planes con mi marido”, dice Carolina, con su hijita de año y medio a upa.



Los ejemplos pueden seguir casi infinitamente. El panorama de adultos rendidos ante la atención de sus hijos es amplio y penoso. Porque muchos padres y madres han suspendido su vida de a dos -salidas, sexualidad, intereses compartidos- por priorizar las actividades y tiempos dedicados a los hijos. ¿Existe la vida de pareja después de los hijos? “No todos los padres y madres pierden el vínculo de pareja cuando nacen los chicos, pero sí la mayoría”, asegura Eva Rotenberg, psicoanalista, fundadora y coordinadora de la Escuela para padres y autora de varios libros sobre crianza y niñez. Porque un bebé recién nacido está en un estado de indefensión, propio de los seres humanos, que moviliza los aspectos más solidarios de cada uno de sus padres. Y si eso no está elaborado, quizá la mamá, o el papá, o los dos se vuelcan a atender a los niños excesivamente, a vivir para los hijos. Y ahí empiezan a conformar un tipo de vínculo en el que ellos dan todo y descuidan su vida personal o su vida de pareja, sin ser concientes de las consecuencias de esto”. Pero antes de avanzar en los efectos, conviene detenerse en las causas.





Rotenberg dispara un cuestionamiento desestabilizador: “Una de las preguntas fundamentales a tener en cuenta cuando se configura la familia es ¿de quién son los hijos? O, en otras palabras, ¿para qué o para quién se traen hijos a este mundo? Porque uno trae hijos al mundo para que hagan su vida. Pero esto no es tan fácil de visualizar, porque los padres traen hijos al mundo como proyecto de la pareja o proyecto de vida de ellos, los adultos. Entonces, ahí puede surgir la confusión”.Una encrucijada a resolver desde el minuto cero de la vida de un chico. Rotenberg continúa: Con el crecimiento, los hijos tienen que poder adueñarse de su propia vida, de su cuerpo y su futuro. Entonces, a medida que crecen se van separando de sus padres, para unirse de otra manera”. La psicoanalista traza un recorrido que va del primer corte -el del cordón umbilical, que inaugura nuevas formas de relacionarse- hasta momentos de libertad de hijos mayores que deciden irse de campamento o visitar a un amigo. “El crecimiento implica ciertos cortes que dan espacio a nuevas formas de vincularse”, describe la psicóloga.Este camino de despegue de un niño con su madre -y también con su padre- es un trayecto saludable para cada miembro de la familia. Eva Rotenberg cita a una especialista en el tema:Jessica Benjamin, una psicoanalista norteamericana, dice que la madre necesita despegarse del niño tanto como el niño necesita despegarse de la madre. Porque esta distancia permite al niño reconocer que los padres son otro, otras personas, y de esta manera puede discriminarse a él mismo: verse como persona”.






Sobreprotección y niño rey





Pero cuando los padres no pueden cortar ciertos modos de relacionarse invaden terrenos de los chicos o dan un poder al hijo que torna insostenible la convivencia familiar. Sobreprotección y empoderamiento del niño son las dos caras de una misma moneda: la que tiene a los padres al servicio casi exclusivo de sus hijos. Eva Rotenberg lo describe así: “Protección implica dar al otro lo que el otro necesita. En cambio, en la sobreprotección el adulto da lo que él mismo necesita dar. Y deja al chico desamparado en otros aspectos, porque no hay registro de lo que realmente necesita”.Más allá del enunciado teórico, el ejercicio de la sobreprotección se puede visualizar claramente en gestos y escenas: “Un chico necesita ir a las fiestas de sus amiguitos, visitar a sus abuelos, hacer un campamento con el colegio o quedarse a dormir en la casa de un amigo. A determinada edad, ya no necesita que esté su mamá ahí vigilando o haciéndose amiga de todos sus amigos. Un padre o una madre que cubre todos los espacios no deja libertad de crecer al hijo y tampoco se deja espacio para desarrollarse en su vida de adulto”, puntualiza la especialista.Como contracara de esta misma moneda, el juego que juegan padres y madres abocados ciento por ciento a sus hijos es el triste juego del niño rey: padres al servicio de un niño tirano. “Se trata del nene al que los padres le otorgan un poder con el que termina dominando todas las situaciones de la familia. Desde ¿qué comemos hoy? hasta ¿a dónde querés ir?, el nene elige todo. Y los padres piensan que así van a hacer un adulto seguro. En general, esto se da porque esos padres son adultos inseguros y tratan al hijo como les hubiera gustado que los tengan en cuenta a ellos. Quieren escuchar la opinión del hijo pero en realidad es la única opinión que cuenta, que no es lo mismo”.Niños que deciden todo y padres sometidos que han olvidado que eran una pareja, unas personas, y se dedican día y noche a cumplir con los deseos del nene.
Un poco de historia“En el siglo XX se ha dado un cambio de paradigma muy importante acerca de cómo se constituyen las familias, cómo se crían los hijos y el lugar que se le da a cada uno. Porque en el Antiguo Régimen las familias tenían entre diez y quince hijos que se criaban entre hermanos y miembros de la familia y no eran individualidades tan destacadas. Actualmente, en cambio, hay pocos hijos por pareja y eso hace que estén entronizados como herederos de los narcisismos de cada familia”, asegura Irene Fridman, psicoanalista e investigadora en temas de género y familia. Su perspectiva permite historizar la situación de las familias actuales y de aquellos casos en los que los adultos han perdido su relación de pareja en función de su rol de padre y madre.“El devenir histórico también ubica a las familias contemporáneas en una situación de múltiples exigencias para los adultos. Las mujeres deben ser madres ejemplares, profesionales exitosas, eficientes gerentes del hogar, coordinadoras de horarios infantiles y atractivas esposas. A los varones les corresponde ser padres muy presentes en la crianza, profesionales actualizados, maridos afectivamente activos y también atractivos: exigencias que terminan por agotar a cualquier ser humano. Y casi sin ayuda”, describe la psicóloga.Tironeos, demandas y tareas a realizar que al final de cada día hacen sentir a los miembros de la pareja sencillamente agotados. Irene Fridman acota: “Criar hijos lleva mucho tiempo y, si no hay ayuda de abuelos, tíos o niñeras, ese tiempo que antes estaba dedicado a la pareja ahora está dedicado a los hijos. En muchos casos, no es que la madre deje de lado su vida o sus intereses por los chicos sino que hay una labor doméstica que sostiene el funcionamiento de la familia que lleva tiempo y energía”, aclara la especialista.Y quienes tienen hijos lo saben: cuando las exigencias del día se han cumplido, lo único que madre y padre quieren es… ¡dormir!






El amor en los tiempos de crianza Irene Fridman facilita una mirada diferenciadora sobre la pareja de progenitores: “Hay que tener en cuenta que, contra lo que muchos suponen, los hijos son un fragilizador de la pareja. Es mentira que los hijos consolidan una pareja, al contrario: tienden a separarla. La pareja que se pierde porque al ser padres están abrumados por la crianza y el cuidado de los hijos. Y surge un conflicto severo, porque los adultos empiezan a ser hermanos en la producción de bienes para los niños y pierden el régimen erótico deseante”, define la psicoanalista.El cine lo dijo primero: no hay escenas románticas en un living con muñecos y Barbies que miran atónitos desde un rincón, ni charlas de temas de pareja en el pelotero, ni planteos apenas sensuales en una hamburguesería atestada de ruidos y chicos. El amor adulto requiere climas, lugares, espacios y momentos que no se producen por azar. En definitiva, la pareja que quiere sobrevivir como tal deberá poner intencionalidad y energía para sostener este espacio, o recuperarlo en el caso de que lo haya perdido.Sostener la trama privada de la pareja es un acto de salud y bienestar para todos: grandes y chicos. Fridman sostiene: “Que los chicos vean a sus padres amándose y teniendo espacio privado para ellos les permite a ellos tener espacio privado para sí. Es un modelo a imitar que además enseña que ningún vínculo es cien por ciento para uno: ni el vínculo de pareja, ni el vínculo con el hijo, ni de los hijos hacia los padres. Porque todo vínculo es un vínculo parcial: cada persona tiene intereses con otras personas y con otras cosas. Esto ayuda a los chicos a subjetivarse como personas en relación con otras y a la vez independientes”, puntualiza la especialista.
Algunas historias de vida y de parejaLa pareja, ese misterioPensar en la pareja como un espacio aut ónomo y creativo es tarea de los integrantes de uno de los talleres del Hospital Pirovano llamado, justamente, “La pareja, ese misterio”. Bajo la coordinación de María Eva Moggia y Gustavo Blotto, los talleristas reflexionan sobre las vivencias pasadas de cada uno y su proyección en la vida de a dos. Por intromisión de esta cronista, las miradas apuntan ahora hacia el vínculo entre pareja e hijos.“Desde que mis hijos eran bien chiquitos, insistí siempre en mantener la separación de la pareja y de los hijos. Recuerdo que con tres o cuatro meses, ya los pasábamos a su habitación, para poder conservar la intimidad. Y luego cerrábamos la puerta del cuarto para poder estar solos con mi esposa. El respeto por los espacios de la casa es fundamental”, dice Gustavo Blotto, recordando la época de estreno del rol de padre. Con sus hijos grandes puede comentar -con humor y chistes- este modo de crianza. “Yo entiendo que las parejas que se pierden en otros temas -que pueden ser la familia, los hijos, la pobreza, el clima o lo que fuera- es porque no tienen un interés profundo en el otro. Si la pareja está bien consolidada, la cuña que meten los hijos no logra desarmar el vínculo. Y el pegamento de la pareja es el amor y la buena sexualidad”, sostiene María Eva Moggia.Los coordinadores disparan propuestas para que el grupo avance en la reflexión. Se habla de padres permisivos, de niños que dominan los tiempos y copan los espacios de la casa. El grupo debate de manera organizada.





Todos se escuchan.Ahora es el turno de Susana (65): “Veo a los padres de hoy más permisivos que los de antes. Yo creo que antes eran más claros los límites. No sólo en las familias, sino también a nivel social. Quizá sea por comodidad: es más cómodo dejar hacer que poner límites. Y esto hace que los chicos invadan todos los espacios que quieren”.Focalizando en la pareja, cada uno relata algo de su propia experiencia y algo de la mirada que tienen sobre las parejas de sus padres. El espacio se llena de anécdotas. Eva: “Mi abuela me contaba que ella tuvo once hermanos. Y mis bisabuelos se trataban de usted y dormían en dormitorios separados. Pero mi abuela se acordaba de las miradas de complicidad de sus padres en la mesa, cuando estaban él en una punta de la mesa y la madre en la otra con seis hijos de cada lado. Miraditas y sonrisitas de su papá y su mamá que señalaban que ahí había un buen diálogo. Sospecho que mis bisabuelos se entendían muy bien como pareja. Más allá de los doce hijos y de las circunstancias”. María Elena interviene ahora: “Yo viví algo de lo que dijo María Eva con mis padres y siempre le reclamé que fueron más pareja que padres. Estaban más ocupados en ellos que en mi hermano y en mí. Yo necesitaba a mi mamá y ella me respondía: ‘ahora estoy con tu papá’. Y me quedaba esperando. He visto a mi papá tocarle el traste a mi mamá cuando daba vuelta a la mesa para servir la comida. Entonces, como pareja fue bárbara, con una comunicación increíble. Pero a mi me faltó mamá y papá”.El grupo se pregunta por el equilibrio: ese difícil punto donde no hay excesos ni faltas. María Elena sigue ahora con una experiencia de su propio matrimonio: “Yo fui la cara opuesta de mi mamá: me llevé muy mal con mi marido, que casi estuvo ausente en los grandes momentos de mi vida. Pero ahora veo algo muy diferente en la pareja de mi hijo. Cuando nació mi primer nieto, desestabilizó un poco a la pareja: mi nuera estaba pegada al bebé y mi hijo la reclamaba como mujer. Pero ellos pudieron replantear la situación y la pareja salió fortalecida. Y para mí fue muy conmovedor, y una gran enseñanza”. Los integrantes del taller avanzan en historias tiernas y terribles. Las palabras de uno se reflejan en la biografía del otro. No hay respuestas asertivas ni fórmulas para las preguntas que inundan la mesa. Apenas algunas pistas que acechan tímidamente algo del misterio.

Una mirada sobre la adopción, por Eva Rotenberg

Adopción, los niños no se quitan





Por: Lic. Eva Rotenberg *


La adopción es un modo de parentalidad equivalente simbólicamente, a la paternidad biológica. La biología en sí, no define ser padre y madre. Estas funciones fundamentales para el armado psíquico del niño, comienzan a desarrollarse antes del nacimiento o de la adopción, desde el momento en que se genera el deseo de tener un hijo y se sueña con él.


Un niño, antes de ser dado en adopción, sufre una separación, es una privación de un vínculo real con la mujer que lo gestó con un hombre que tampoco está, esto marca una huella que es sentida como un "agujero".


Al ser adoptado, hay una posibilidad de reparación y cambio. Se inaugura un nuevo vínculo, generalmente el primero de una experiencia de amor y una vivencia de satisfacción, que marca una impronta en la sensación de sentirse contenido y seguro. El bebé comenzará a conectarse afectivamente con sus padres adoptantes, a conocer el tono de voz, el olor familiar y los tiempos. Entonces ese "agujero" comienza a cerrarse, si todo va siendo lo suficientemente normal.


El proceso de ser uno mismo, no se produce en el acto del nacimiento, tiene que ver con una necesidad humana básica y fundamental para el desarrollo del ser, que es la necesidad de apego y de ser parte de la historia de alguien para quién el vínculo también tenga un sentido especial.
Esta necesidad básica para el armado emocional, es tan necesaria como el alimento y precisa de una interconexión afectiva profunda. El afecto también nutre. Cuando se establece el apego, una separación es más desgarrante y potencia la separación de la mujer que lo gestó.


El entrecruzamiento entre la capacidad de dar y la necesidad de apego, constituyen una trama vincular-afectiva que tiene la función de una anidación extrauterina.


Un niño que ya ha vivido una separación y un abandono, es un niño más demandante, porque ya conoce el abandono.


Cuando una pareja o una persona desea adoptar, se debe elaborar una carpeta donde se evalúan los aspectos psicológicos, entre otros. Este diagnóstico debe hacerse con la mayor seriedad, sin pensar "que cualquier adopción siempre será mejor que un instituto". Esto no es verdad, porque son muchas las personas que desean adoptar y esperan años hasta sortear la burocracia interminable.


Una vez aceptado, padres y niño comenzarán una trama vincular constituyente, y otra falla para el niño podría ser causante de un duelo muy difícil de elaborar. El temor a los nuevos vínculos, a querer y la desconfianza para no correr el riesgo de un nuevo abandono pueden ser irrecuperables. En el período de guarda, ya se arman vínculos fuertes, que deben ser preservados, salvo en los casos de maltrato infantil, como se haría con los lazos cosanguíneos.
Así como no se puede retornar al vientre materno por arrepentimiento, los niños no pueden quitarse. El temor a esta posibilidad trae una angustia latente en todos los padres e hijos adoptados y esto puede producir una inestabilidad inadecuada. El vínculo a través de la adopción es fundante, es el de una verdadera paternidad que no puede interrumpirse sino con la marca de un duelo indeleble.




* Eva Rotenberg
Autora del libro "Adopción, el Nido anhelado", Lugar Editorial
Coordinadora Adopción de la Asociación Psicoanalítica Argentina
Coordinadora Aadopción de la Asociación Médica Argentina


Link a esta nota:

http://aassaapp.com/adoptantis/wp-content/uploads/2009/04/pa23.htm

Nota Publicada en El Periódico de la Adopción
Año II, NÚMERO 23, JULIO 2005

¡Mamá, comprame! (nota publicada en La Nación).

Nota publicada en La Nación


¡Mamá, comprame! (o me enojo)


Se acercan las vacaciones, y un fenomeno creciente se vuelve mas visible: la tirania de los hijos en la era del consumo. ¿como ponerles limites, mientras ellos piden... y piden?


Noticias de Revista: anterior siguiente
Domingo 22 de noviembre de 2009







Es sábado, de mañana. Paula va al supermercado con su hijo, Matías, de 3 años. A la salida, Matías se detiene en uno de los puestos de venta de muñecos y globos para chicos. Se acerca y toma su muñeco preferido, Ben 10. Paula le pide que lo vuelva a poner en el estante. Matías se niega e insiste para que se lo compren tirándose al piso, llorando y contorsionándose como preso de un ataque de epilepsia. La madre le dice que pare de hacer escándalos y le repite que deje el muñeco en el estante. Continúa el berrinche, la gente pasa intentando esquivar al chico, que, totalmente fuera de sí, le pega patadas con inusitada violencia en las piernas a su madre. "¿Cuánto cuesta el muñeco de Ben 10?", pregunta finalmente Paula a la vendedora. Lo compran y se van a casa.


Para los especialistas en marketing, ésta es una de los miles de escenas entre padres e hijos que se repiten a diario en todo el mundo, determinadas por lo que llaman pester factor, o "factor berrinche": la capacidad que tiene un niño de agotar a sus progenitores y conseguir que compren lo que quiere. Para la mayoría de los padres, en cambio, es una de las situaciones más temidas y difíciles de controlar: el berrinche en público; saben que terminarán cediendo.


Las empresas dedicadas a vender productos para chicos saben que éstos tienen un increíble poder de persistir y que pueden "taladrar" la cabeza con el latiguillo "papá comprame, papá comprame", ininterrumpidamente, hasta lograr el objetivo. Para James McNeal, un gurú del marketing de la Universidad de Texas, Estados Unidos, "los niños norteamericanos molestan a sus padres para que les compren algo un promedio de 15 veces durante cada paseo".


A la hora de conseguir lo que quieren, los chicos son también habilísimos negociadores: "Si no me llevo ninguna materia a diciembre, ¿me comprás las zapatillas?". Pero si todas las estrategias anteriormente citadas no dan resultado, en general terminan recurriendo al "efecto lástima": "Mamá, todos tienen un Mp4 (reproductor de música) menos yo" . En este punto, también la mayoría de los progenitores, cueste lo que cueste, termina cediendo con tal de que su hijo no sea un "excluido social".


Lo cierto es que el pester power, en todas sus modalidades, es el motor del multimillonario negocio de los chicos. Un mercado cada vez más pujante que mueve millones de dólares en todo el mundo.


Antes de que un chico nazca ya es un cliente. Mientras la madre está en el sanatorio, cientos de empresas le envían promociones y regalos de productos para bebé. Unos 6 meses más tarde, los papás van al supermercado con él, y lo cargan en un carrito mientras hacen la recorrida, expuesto a lo que McNeal llama el "puesto de observación culturalmente definido: el carrito del supermercado". Para los alemanes, la góndola, a esa altura, es la llamada "zona de terror".


Tanto es así que en la actualidad podemos ver por televisión una publicidad de arroz en la que un bebé, que todavía no puede ni hablar, carga sonriente cajas y cajas de este producto y las mete en el changuito de compras del supermercado de los papás.


Mientras que para los especialistas en marketing el estudio de los chicos como clientes encierra cifras cada día más alentadoras y sorprendentes, los especialistas, en cambio, ven con preocupación este fenómeno recurrente de niños que no pueden parar de comprar y consumir.



Muchos los llaman chicos "tiranos" o "chicos manipuladores". Como contrapartida advierten que esos niños en general tienen padres permisivos e inseguros, que no saben decir que no. Incluso rotulan este fenómeno como "síndrome del niño emperador", una característica asociada a las clases media y alta, donde los chicos hacen demandas excesivas que siempre son satisfechas.
Para la Lic. Alejandra Jalof, miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis y de la Escuela de la Orientación Lacaniana, la figura del niño tirano "es engañosa, dado que se ve un rey allí donde, en realidad, hay un sujeto esclavizado, comandado por un impulso que él mismo no puede detener ni modular. Ello no es posible sin que del otro lado haya un adulto que intenta denodadamente una satisfacción para aquello que se le impone como una necesidad a satisfacer".


Por su parte, Eva Rotenberg, directora de la Escuela para Padres, explica que "lo que se manifiesta como compulsivo o tirano es el vínculo donde los padres no tuvieron los recursos para tranquilizar a los chicos. La mamá le compra un juguete para calmarlo, pero el chico crece con nuevas exigencias y, así, se entra en un círculo vicioso".


"Mi papá es una tarjeta de crédito"
-¿Qué es tu padre para vos?
-Una tarjeta de crédito.


Es la respuesta de una niña de 11 años a una psicóloga que se interesaba por sus relaciones familiares y que después volcó sus estudios en Internet, en una página de autoayuda para padres.


Al igual que miles de especialistas, ella alerta sobre padres que son surtidores inagotables de los caprichos de los chicos; padres inseguros, inmaduros, temerosos.


"El día que Matías hizo el escándalo en el shopping yo estaba muy cansada, había trabajado toda la semana y, además, discutido con mi marido. Lo que menos quería era tener una escena, y por eso le compré el juguete. Lástima que ahora lo tiene en casa y no le da ni bolilla; quiere uno nuevo que vio por la tele", cuenta Paula a una amiga, después del berrinche de su hijo en el supermercado.


Según Diana Rizzato, miembro de la Sociedad Argentina de Terapia Familiar, "si cada vez que el chico pide se lo complace, se naturaliza la demanda, donde el placer está puesto en la adquisición del objeto nuevo. El placer está en tenerlo, no en usarlo, divertirse o jugar".


Eva Rotenberg hace hincapié en la falta de diálogo: "Los padres están muy exigidos, creen que saben hablar, pero no pueden comunicarse. Hay que enseñarles a dialogar con los chicos. Hay tal aceleración que los adultos no tienen tiempo para ser padres; hay un vacío que se llena permanentemente con cosas".


Para Jalof, "en una sociedad que empuja al consumo indiscriminado de objetos, la pregunta de por qué los niños consumen por demás debe pensarse dentro de una constelación familiar y social. En cuanto al ámbito familiar, el niño es un receptor privilegiado de los signos que recibe".


"El niño como consumidor indiscriminado llevará entonces a la pregunta por el lugar que el consumo indiscriminado ocupa en el entorno familiar. Pueden coexistir en la familia consumos distintos que sólo se detectan como indeseables o perniciosos cuando no tocan el objeto o el propio acto de consumo que parece natural. Así, la compulsión al trabajo de uno o de ambos padres puede significarse como una actividad aceptable socialmente, mientras que el empleo de videojuegos por parte de los hijos puede constituir un foco de preocupación y consulta", agrega Jalof.


El manejo del dinero
Tommy tiene tan sólo 7 años y está juntando plata en dólares para comprarse una consola para juegos Wii. "Para mi cumpleaños y para Navidad, mis papás y mis abuelos me regalaron plata. Se la di a mi papá y él me compró dólares. Me quiero comprar una Wii a fin de año. Igual, me dijeron que si no me alcanzaba, pero me portaba bien, ellos me iban a ayudar", le cuenta Tommy, con orgullo, a su amigo Bruno, que también está juntando dinero, pero en pesos y con fines menos ambiciosos. Bruno junta para un mazo de cartas del quiosco.


A pesar de que la tendencia al consumo indiscriminado entre los chicos es cada día mayor, también es cierto que, al igual que Tommy, cada vez son más los que ahorran y reciben información y educación sobre cómo manejar dinero.


Karina Cavalli es coach financiero de mujeres y dicta seminarios sobre cómo manejar las finanzas en la familia. Coincide con Robert Kiyosaki, autor del famoso best seller Padre rico, padre pobre, en que "la educación financiera hay que dársela desde que van al colegio. En general, a los chicos se los prepara para trabajar, pero no para hacer dinero, ni producirlo, y mucho menos para cuidarlo", agrega.


Para Eva Rotenberg, "es muy importante enseñarles a usar correctamente el dinero y que sepan tolerar la postergación, es decir, que tal vez hoy no les puedo dar pero sí mañana. Si le doy un peso a un chico para que vaya al quiosco, lo puedo acompañar en el momento y ayudarlo con la compra, con el vuelto, etcétera".


El consumo antes y ahora
Típico asado familiar de domingo en la casa de los abuelos. Uno de los nietos adolescentes le recuerda a su madre que al día siguiente, después del colegio, tienen que ir a la casa de telefonía celular a reemplazar los cinco celulares de la casa por el último modelo que vieron ayer en la televisión.


"Cuando yo era chico y quería un pantalón nuevo, tenía que llevarle el pantalón viejo y agujereado a mi padre para que lo viera antes de comprar uno nuevo. El regalo más importante que recibí fue un canario, a los 10 años", rememora el abuelo, con melancolía, épocas en las que la mayoría de las familias, aunque tuvieran un buen pasar, elegían la austeridad como modo de vida. "En mi casa éramos cuatro hermanos. Cuando llegábamos del colegio ni existían las galletitas ni toda esa variedad increíble de cosas ricas que tienen para comer ahora: yogures, cereales, alfajores... Comíamos pan con manteca", agrega.


Según el Diccionario de la Real Academia Española, austeridad significa "cualidad de austero" y "mortificación de los sentidos y las pasiones". En la actualidad, es un término muy utilizado por políticos y economistas, pero casi nunca se escucha en el seno familiar.


Para el filósofo y ensayista Tomás Abraham, el hecho de que en la actualidad haya o no austeridad no es relevante.
-¿La austeridad como virtud, que pregonaban nuestros padres y abuelos, desapareció ante la ola consumista?
-La austeridad es algo inventado por las religiones, pero lo cierto es que ninguna sociedad rechaza el dinero. La nuestra es una sociedad generosa. La austeridad no es necesariamente una virtud. La austeridad también puede ser mezquindad o avaricia.
Valentina tiene 9 años y asiste a un colegio privado en las afueras de Buenos Aires. A pesar de que el uso de celulares está prohibido en toda la provincia, Valentina lo lleva al colegio, pero lo tiene apagado en la mochila. A la salida, llama a su madre para avisarle que la está esperando.


"Mamá me compró el celular para que le avise dónde estoy o qué voy a hacer. Ahora le va a comprar otro a mi hermano Felipe, que tiene 8", explica Valentina, mientras le muestra a su amiga el último jueguito que descubrió en el aparato.


"Como mamá y papá están separados y tengo dos casas, tengo dos computadoras: en la de papá una compu de escritorio y en la de mamá, una notebook. La compu, más que nada, la uso para juegos y para mandar fotos a mis amigas. Para Navidad me regalaron una máquina de fotos digital", agrega sonriente.


Lejos de los ositos de peluche, las muñecas y las casitas de té, Valentina forma parte del grupo de preadolescentes sofisticados que deciden la mayoría de las compras tecnológicas que se hacen en la casa.


Hoy integran una nueva categoría llamada tweens, que proviene de la combinación de las palabras inglesas teen y between. Son preadolescentes de entre 8 y 13 años, adictos a las compras tecnológicas (mp4, celular, computadoras), y fanáticos de programas de televisión como



Casi ángeles.
En los principales shoppings, los Fun Stores actúan como magnetos para los chicos. Son locales estratégicamente ubicados cerca de los cines, donde se venden remeras, cuadernos, lapiceras y discos de sus programas de televisión favoritos.
Un oasis en el mundo del consumo
Hay miles de chicos que, alejados del bombardeo consumista, van a la escuela a cultivar la huerta, tocar la flauta y aprender carpintería para fabricar sus propios pupitres. Se trata de la pedagogía antroposófica del filósofo austríaco Rudolf Steiner y de las escuelas Waldorf. Existen unas treinta diseminadas en todo el país y unas mil en el mundo.


"Al margen del consumismo, hay que darle al chico otras alternativas para que pueda pensar. Valoramos las actividades artísticas, manuales, el trabajo social. El chico compite consigo mismo, trata de mejorar. No compite con el otro, no compite por el tener, compite por el ser", afirma Inés Meirele, directora de la Escuela Waldorf San Miguel Arcángel, de Villa Adelina (provincia de Buenos Aires). "Nosotros recomendamos a las familias que los chicos no miren tele ni usen celulares ni Internet. Queremos que lo creativo fluya", agrega.


¿Los chicos educados con esta pedagogía tienen, de adultos, problemas para adaptarse a un mundo cada vez más consumista y tecnologizado? Meirele es contundente: "Si los chicos se desarrollaron armoniosamente, de adultos podrán aplicar sus facultades intelectuales y estarán preparados para cualquier demanda que el mundo les presente".


El filósofo francés Jean Baudrillard escribió que el consumo no es, en absoluto, la base sobre la que descansa el progreso, sino más bien la barrera que lo estanca.


A través de sus libros La sociedad de consumo y El sistema de los objetos, Baudrillard se convirtió en uno de los críticos más feroces de la sociedad de consumo y profetizó su decadencia: "No hay un progreso continuo en esos ámbitos: la moda es arbitraria, pasajera, cíclica, y no añade nada a las cualidades intrínsecas del individuo", publicó quien asegura que el consumo es un proceso social no racional: "La voluntad se ejerce solamente en forma de deseo, clausurando otras dimensiones que abocan al reposo, como son la creación, la aceptación y la contemplación".
"Tanto la moda como el capitalismo producen un ser humano excitado, aspecto característico del diseño de la personalidad en sociedad del espectáculo donde vivimos en un happening permanente de consumo y derroche", concluye.


En cambio, para Tomás Abraham, "no se puede estar ni a favor ni en contra de la sociedad de consumo. Los mismos que la critican son los que más consumen. La Argentina no es una sociedad de consumo, sino que tiene sectores de alto consumo con la necesidad de tener y adquirir los objetos que la sociedad moderna elabora para hacerte la vida más sencilla o más divertida. No hay nada de malo en querer tener una notebook para poder escribir mejor".


Por Virginia Mejia


Más datos: http://www.escuelaparapadres.net/http://www.terapiafamiliar.org.ar/revista@lanacion.com.ar La hora de los límites




Hay temas que podemos negociar con nuestros chicos y otros que no, afirman los especialistas. La compra de cualquier objeto que ponga en riesgo la integridad física de nuestros hijos es innegociable. Por ejemplo, si tiene 13 años y pide que le compren una moto, es necesario un "no" rotundo.


Ante la insistencia o ante el berrinche, hay que decirle que no se lo vamos a comprar, ya que igual no se va a calmar. Explicarle que lo que está necesitando, en realidad, es otra cosa, y proponerle a cambio una actividad creativa o lúdica que no tenga que ver con comprar.
El berrinche debe ser "sin consuelo" y "sin castigo". Esperar a que el chico se descargue y mantener la calma para no ceder ante sus deseos.
Padre y madre deben tener un criterio en común sobre cuándo decir "sí" y cuándo "no". Si vamos de paseo, por ejemplo a la plaza, y el chico de camino quiere que le compremos un paquete de figuritas, explicarle que el programa es ir a la plaza.
Cuando el chico apela al "efecto lástima" -diciendo: "Mamá todos tienen menos yo"- explicarle, sin emitir juicio de valor, que cada familia es diferente.




Los chicos, el dinero y el ahorro
Casi el 60 por ciento de los chicos recibe dinero periódicamente de parte de sus padres. Estos chicos son consumidores directos, es decir, con ­su plata compran lo que quieren.
Mientras que en el año 2000 sólo el 49 por ciento de los chicos recibía dinero con periodicidad y elegía qué comprar, en 2008 esta cifra aumentó al 58 por ciento.
Por semana, cada chico argentino recibe, en promedio, 8,50 pesos. De acuerdo con el índice Big Mac (es un índice que permite comparar el poder adquisitivo de distintos países donde se vende la hamburguesa Big Mac, de McDonald´s), esos $ 8,50 no le alcanzan para comprarse ni una hamburguesa por semana en la Argentina.
Mientras que en nuestro país un chico puede tener acceso al 0,77 por ciento de lo que vale una hamburguesa, en México pueden comprarse dos por semana y en Brasil, un poco más de una.
En 2000, sólo el 43 por ciento de los chicos manifestó que ahorraba, pero en 2008 esa cifra creció al 63 por ciento.
Si comparamos a los chicos argentinos con los del resto de la región, los argentinos son los que más ahorran, un 63 por ciento; en el otro extremo están los brasileños: 39 por ciento.
El promedio ahorrado de los chicos es de 22,40 dólares, mientras que en Venezuela es de 56,20 dólares, casi el triple que entre los argentinos.
Los chicos que ahorran para proyectos más ambiciosos tienen unos $ 100 guardados en promedio, mientras que los que ahorran sin objetivo determinado poseen unos $ 80.
El 37 por ciento de los chicos argentinos ahorra para objetos de valor intermedio, como bicicletas, celulares, etcétera.
El 21 por ciento de los chicos ahorra para comprarse tecnología y el resto se divide entre los que ahorran sin objetivos determinados y los que juntan para ropa, accesorios, juguetes.
Los datos aquí reflejados provienen de un estudio efectuado entre niños de 6 a 11 años en diferentes países de América latina. La investigación se llama Kiddo?s, y está diseñada y dirigida por Markwald, La Madrid y Asociados de Argentina.
Los datos del 2008 corresponden a una muestra probabilística de aproximadamente 6000 niños que residen en las principales ciudades de seis países (Argentina, Brasil, México, Chile, Colombia y Venezuela). Se ha excluido el porcentaje de niños de menores recursos.




Cifras del negocio en la Argentina
Los chicos mueven unos 500 millones de pesos por año.
Los niños de hasta 13 años determinan el 43% del consumo familiar.
Representan, en total, unos diez millones de consumidores.
Dos tercios de las campañas publicitarias apuntan a ganarlos como clientes.
Un 65% de los chicos argentinos miran más de dos horas de TV por día, una cifra alta para los estándares de América latina.
El 88 por ciento de los chicos va a locales de comida rápida.
El 73 por ciento de ellos influyen en las compras de alimento para sí.
El 49 % de los chicos influye en la compra de alimentos para el hogar.

Vacaciones de invierno/Estudio de los chicos

Nota Publicada en Diario El Litoral

Link:

http://www.ellitoral.com/index.php/diarios/2009/06/02/educacion/EDUC-01.html
Educación




Edición del Martes 02 de junio de 2009

Vacaciones de invierno: ese “corte” necesario

Para felicidad de los chicos, los especialistas dicen que el receso es para descansar. Sugieren que no estén tanto tiempo frente a la compu o la tele y que hagan actividades al aire libre.

De la redacción de El Litoral

educacion@ellitoral.com

Falta un mes y medio, pero los padres ya comienzan a preguntar en las escuelas cuándo son las vacaciones de invierno. Es que la organización familiar se complica en ese período -que en Santa Fe se extenderá del 13 al 24 de julio- debido a que la mayoría no puede tomarse licencia en sus trabajos.

Hay una cuestión fundamental en vacaciones: es importante que el chico pueda disfrutar del tiempo libre y descansar de lo que demanda una escuela, como el estudio, la organización, las tareas diarias y la exigencia intelectual. Por eso, los especialistas señalan que debe haber un “corte” marcado respecto de la rutina del año.

“Las vacaciones, como bien lo dice la palabra, es un momento para disfrutar, recrearse, poder jugar con amigos, vecinos y padres”, dice la psicopedagoga Rubi Fiorino. La mayoría de los papás debe continuar con sus trabajos, por lo que aconsejó pensar en actividades recreativas para que los niños desarrollen junto con los tíos, abuelos o vecinos y “no se queden todo el día en casa frente a la computadora y la televisión”, sugiere Fiorino, que es vocal del Colegio de Psicopedagogos de Santa Fe.

“Los papás tendrán que ver cómo le arman un plan de juegos a sus hijos, salidas al teatro, al cine, a espectáculos, que siempre se intensifican en esas dos semanas. Y si el clima ayuda, es bueno que hagan actividades al aire libre”, aporta Fiorino. Para ella, “las vacaciones son un tiempo bien puesto no sólo para los alumnos sino también para los docentes que desde febrero vienen trabajando con planificaciones y trabajos institucionales”.

Sandra Altamira es docente de séptimo en la escuela Juan José Paso y coincide con la psicopedagoga en cuanto a las actividades que los chicos tendrían que hacer en vacaciones. “Primero, dejarlos que descansen. Segundo, no tenerlos tanto con la computadora o la televisión; más bien que hagan actividades al aire libre. Si pueden irse de vacaciones es mejor, porque el chico cambia de aire y está en contacto con otros paisajes. Para los que no, tratar de que sus hijos hagan algo diferente porque de lo contrario, seguirán metidos en la rutina”, consideró.

¿Y el estudio?

Hay padres que creen que sus hijos no deben desvincularse de la escuela durante las vacaciones. Si el niño tiene problemas en el colegio, hay diversas maneras de que refuerce contenidos sin tenerlo largas horas frente al cuaderno.

Para la licenciada Eva Rotenberg, directora de La Escuela para Padres con sede en Buenos Aires, existen varios modos de repasar sin sentir que se estudia. “Se puede leer un cuento, acompañado de mamá o papá: es divertido y se repasa la lectura. Los juegos tienen reglas, leerlas juntos es repasar. La imposición mata la motivación, hay que despertar la inquietud por saber más”, aconseja.

Por su parte, la psicopedagoga Fiorino sugiere a las maestras no dar tantas tareas pero sí prever lecturas o actividades de reflexión “que no los desconecte tanto con el aprendizaje pero que tampoco los tenga encerrados por horas”.

La docente de tercer grado María Rosa Barrios opina, por su parte, que no se debe olvidar totalmente el estudio, sobre todo en los grados inferiores de primaria. “Si bien es una época propicia para hacer un parate, no hay que abandonar todas las tareas y actividades escolares”, aduce.

“Como maestra y mamá creo que hay que continuar haciendo repasos porque es la mitad del año y es cuando se nota si el ciclo será positivo educativamente para el alumno o no”, dice. Marcó una diferencia entre los alumnos a los que les cuesta el aprendizaje y los que tienen facilidad. “Hay nenes que con que no vengan dos días a la escuela, se ven afectados en el estudio, imaginate 15 días”, advierte.

Padres de adolescentes desbordados piden que el Estado se encargue de sus hijos

Nota Publicada en Diario Perfil



Sección: El observador








Padres de adolescentes desbordados


Piden al Estado que se encargue de sus hijos


Neuropsiquiátricos, hogares de contención, juzgados y hasta comisarías cada vez reciben más familias con vínculos disfuncionales que se acercan a estas instituciones públicas para delegar en ellas la crianza de “jóvenes difíciles”. Los adultos aseguran sentirse superados por los problemas de conducta, la ausencia de límites y los cuestionamientos constantes. Los chicos se quejan de la falta de atención y el poco diálogo. Según los especialistas, estos conflictos, que afectan a los sectores medios, se profundizaron en los últimos diez años. Una compleja realidad, reflejada en seis historias de vida.
Por Gabriela Vulcano






Domingo 30 de Septiembre de 2007 Año II Nº 0198 Buenos Aires, Argentina







“Hay una cuestión un poco narcisista. Hay una renuncia al vínculo con los chicos y luego se encuentran con un adolescente rebelde al que no conocen”, señala Miriam Fassoni, psicóloga y coordinadora del equipo profesional del Centro de Atención Transitoria (CAT), dependiente del Consejo de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes.
Sin embargo, Frías manifiesta que si bien los padres deben hacerse cargo de sus hijos, fortaleciendo el vínculo familiar, hay veces en las que no pueden. Y señala: “Hay papás que son excelentes padres en determinadas edades de sus hijos y en otras no. Se juegan muchas cosas en la adolescencia entre los padres y los hijos. Por eso hay papás que pueden ser maravillosos padres de chicos pequeños y les cuesta muchísimo ser papás continentes o que pongan límites o amorosos de chicos adolescentes”.
Al mismo tiempo, durante la adolescencia es cuando los más jóvenes empiezan a confrontar a sus padres con sus propios modelos de referencia. “Empiezan a darse cuenta de que el discurso del adulto que lo ha cuidado le ha dado las reglas de comportamiento y lo ha ingresado al mundo de la sociedad, miente en algunas cosas y además lo pescan in fraganti en muchos renuncios. Y para los padres es difícil. ¡Hay que bancarse estar viviendo con alguien que te cuestiona todos los días!”, explica Frías.
“No le puedo poner límites”, “No me hace caso”, “Llega a la hora que quiere”, “No la soporto más”, “No sé qué hacer con él”, se quejan algunos padres de sus hijos adolescentes frente a diferentes instituciones del Estado, y les reclaman: “Háganse cargo ustedes, por favor, porque yo no puedo más”.
Cada vez es menos extraño escuchar este tipo de historias en los pasillos de los organismos públicos. “Si bien esta problemática no es nueva, se profundizó en los últimos diez años. Y creo que esto responde a que hay una mayor situación de frivolización y trivialización en el modo de vivir. Es decir, por un lado, muchos chicos no tienen un objetivo de vida y, por otro, están metidos en familias que no tienen otro proyecto a desarrollar que logros económicos”, apunta Carmen Frías, trabajadora social y titular de la Dirección General de Niñez y Adolescencia porteña.
“Esos son valores de los 90. Y los adolescentes que en estos momentos no son ‘bancados’ por sus padres nacieron en los 90 y tienen padres de los 90”, explica Frías.


Sáquenmelo de encima. “Problemas de conducta” es la principal razón por la que muchos padres se acercan a dejar a sus hijos en neuro-psiquiátricos, hogares convivenciales, centros de atención transitoria,Tribunales y hasta comisarías. Para la psicóloga y fundadora de la Escuela para padres Eva Rotenberg, muchas veces se confunde la rebeldía adolescente con problemas psiquiátricos y en esos casos la internación en alguno de estos establecimientos puede ser contraproducente.
“Hay chicos que no se sienten armados internamente. Sienten que no se saben defender en la vida, que no pueden seguir estudiando o trabajando, se sienten con baja autoestima y entonces les agarra una gran furia contra los padres. Los acusan a ellos de que se sienten incompletos, dice Rotenberg con voz suave.
“Los padres, en vez de tranquilizar a los hijos y dialogar, se asustan, empiezan a verlos como locos y los internan. Así se empieza a generar una interdependencia patógena entre padres e hijos. El chico termina sintiendo que no sólo sus padres no lo escuchan sino que además lo internan. Se suma más incomprensión”, agrega la psicóloga.
En general, los padres que llegan a esta situación extrema son profesionales, pertenecientes a los sectores medios, que priorizan el trabajo antes que la relación con sus hijos, y en varios casos se sienten sin los “recursos internos” necesarios para seguir ejerciendo la paternidad. Otros, viven una eterna adolescencia o tienen problemas para ubicarse como padres. Prefieren ser pares y no padres de sus hijos.


Rol del Estado.



La mayoría de las políticas públicas destinadas a los niños y adolescentes están enfocadas en las problemáticas de los sectores más humildes. Para Frías, el Estado no puede desentenderse del conflicto entre padres e hijos de clase media por el solo hecho de no pertenecer a la clase social más desfavorecida.
En oposición a esto, el presidente de la Asociación de Psiquiatría Argentina, Néstor Marchant, opina: “Hay padres que están cansados porque se la pasan discutiendo con sus hijos y quieren sacárselos de encima. Un hospital psiquiátrico no se puede hacer cargo de estos casos, son ellos los que se deben ocupar”.
En lo que sí coinciden todos los especialistas consultados es que en el mismo instante en que la relación se empieza a tornar violenta entre padres e hijos, ya sea física o psicológicamente, es mejor descomprimir. Sobre todo, porque en ciertas ocasiones hay hijos que pasan de los insultos y gritos a la agresión física hacia sus progenitores o viceversa.
Es por eso que instituciones como el CAT o la Dirección General de Niñez y Adolescencia porteña prefieren alojar a los menores de modo transitorio para poder salvar el vínculo.
Poner límites, fortalecer la comunicación y estar atentos a los problemas que se presentan en la adolescencia de los hijos. Rotenberg detalla: “Si uno no sabe cómo vincularse con su hijo, lo puede aprender. No se trata de algo que si no se armó en los primeros años de vida está irremediablemente perdido”. Y refuerza esta idea de modo tajante: “Así como los vínculos se enferman, se curan”.