viernes, 10 de agosto de 2007

Nota en revista Mïa sobre enuresis

Enuresis

Revista Mía
Julio 2007

Los chicos que mojan la cama

15 de cada 100 niños mayores de cinco años padecen enuresis, un trastorno de incontinencia urinaria. En la mayoría de los casos se relaciona con un factor emocional o psicológico. Existen diversos tratamientos exitosos.

Hacerse pis en la cama puede ser un episodio normal para un niño que acaba de dejar los pañales. Pero cuando el despertarse mojado se transforma en algo cotidiano muy probablemente estemos hablando de enuresis, un trastorno de la eliminación (involuntario e inconsciente) que afecta a unos 500.000 chicos del país. Según estadísticas, 15 de cada 100 niños mayores de 5 años la padecen, de los cuales sólo el 15% logra resolver su problema en forma espontánea sin tratamiento. O sea, que nueve de cada diez niños que hoy mojan la cama continuarán haciéndolo al año siguiente. Y a los quince años, al menos uno de cada cien adolescentes se sigue haciendo pis en la cama durante las noches. Sólo un 1-2% de los casos están vinculados a factores orgánicos.

La enuresis recién se puede detectar en la etapa en que el niño tiene edad para empezar a controlar sus esfínteres. Aunque lo más común es la incontinencia nocturna, también puede darse en forma diurna. Es de tipo primaria, cuando el niño mayor de cinco años nunca ha podido controlar la micción, y secundaria cuando tras un período de control (superior a 6 meses) vuelve a hacerse pis por la noche.

"La enuresis primaria tiene un origen orgánico, por una malformación congénita o por vejiga hiperactiva. Puede haber infecciones urinarias recurrentes que sean la causal de que el chico no pueda controlar su esfínter, porque tiene más irritada la vejiga y entonces es más fuerte la contracción de la vejiga que lo que puede controlar.

La enuresis secundaria también puede estar relacionada con una causa orgánica, aunque es más frecuente de un proceso emocional, como puede ser el nacimiento de un hermanito, el cambio de colegio o una mudanza. "La enuresis genera un trauma importante en el chico, por lo que es fundamental que el tratamiento se complemente con apoyo psicológico". afirma el Dr. Jorge Gómez Elías, especialista en Urología del hospital Álvarez y miembro de la Sociedad Argentina de Urología.

Qué pasa en el niño
El niño que sufre de incontinencia urinaria y amanece con la cama mojada suele sentir vergüenza y humillación por no poder controlar en forma voluntaria lo que le pasa. A menudo sufre de baja autoestima y se siente angustiado y deprimido. No quiere quedarse a dormir en la casa de un amigo, porque tiene pánico de mojar la cama y que se enteren. Si está en edad escolar, muchas veces padece la burla de otros chicos.

La enuresis arrastra en el niño un trauma importante, por lo que es fundamental encarar el tema con la ayuda de un terapeuta y la adecuada contención de los padres. Que deben tener presente que su apoyo fortalecerá la confianza en si mismo. "Hay algunos padres que quieren hacer todo muy bien, son muy autoexigentes y si su hijo se retrasa un poco, o aprende y luego vuelve para atrás lo viven como un fracaso personal, se sienten malos padres, viven la dificultad del nene persecutoriamente, sintiendo que revela su imperfección, haciéndoles revivir un conflicto infantil propio", afirma la licenciada Eva Rotenberg autora del libro "Hijos difíciles, padres desorientados, padres difíciles, hijos desorientados".

En ningún momento deben fastidiarse con el niño, ni tampoco sentirse frustrados como padres. Los castigos y las reprimendas, además de no ayudar, suelen empeorar el cuadro. Por lo que Rotenberg sostiene, que "para comprender el lenguaje de los síntomas solo es necesario estar comunicados con el hijo y no pensar que se los hace a propósito. Es importante detectar también qué expresa el síntoma en cada persona y familia. Hay que aclarar que no se trata de que los padres estén haciendo algo mal, sino que los hijos tienen sensaciones propias que generalmente pasan desapercibidas por el adulto". Por eso mismo es necesario abordar el tema con cautela. Antes de hacer un diagnóstico del problema se recomienda tener una charla con el niño y otra con los padres por separado. "Hablando con un chiquito – que nunca mienten- uno se entera de que, por ejemplo, como le apagan la luz todas las noches, no se anima a levantarse de su cama y se hace pis encima", comenta Jorge Gómez Elías.

Cómo se detecta
"Hay que determinar, en principio, que el chico no tenga infecciones urinarias", dice el Dr. Jorge Gómez Elías. El estudio urodinámico es uno de los principales que se hacen en cualquier tipo de incontinencia de orina, para determinar si la vejiga se contrae de manera involuntaria. Este es el motivo principal de la incontinencia de orina o de la enuresis secundaria. También es importante hacer una ecografía, para ver si tiene malformaciones en cuanto al árbol urinario, riñón o vejiga, y en algunos casos se hace un urograma excretor, que es una serie de radiografías donde se utiliza un medio de contraste, como el yodo, para determinar como está el árbol urinario en su totalidad, en base también a la funcionalidad del riñón.

Tratamiento
Hay un 15 % de los enuréticos que evolucionan solos sin ningún tipo de tratamiento. El resto requiere de un tratamiento médico, que se puede extender entre seis meses y un año. "El acetato de desmopresina (en spray nasal o comprimidos) suele ser uno de los medicamentos más eficaces para tratar la enuresis secundaria. Es una hormona antidiurética que se toma por las noches y genera en el niño una retención de líquido, por lo que disminuye el volumen de orina durante el sueño", sostiene el Dr. Jorge Gómez Elías. Otra opción es la oxibutinina, que actúa disminuyendo la contracción de la vejiga.

En Europa se usan también los antidepresivos triciclicos, como la imipramina, que aumentan la resistencia de la uretra. "En lo personal yo no estoy de acuerdo en darle un antidepresivo a un chiquito", remarca Gómez Elías.
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Nota en La Nación sobre "El temor a estar lejos de casa"

http://www.ppba.org.ar/articulos/nacion/nacion10.htm

DOMINGO 16 de mayo de 2004
Suplementos Revista Nota

Dossier de mayo para coleccionar / Los hijos y los miedos / Tercera entrega


El temor a estar lejos de casa


En la actualidad, los especialistas lo llaman trastorno de ansiedad por separación. Es el miedo excesivo que sufren algunos chicos cuando se alejan de sus padres o de los familiares con los que están más ligados. No querer ir al colegio o sufrir al quedarse en casas ajenas son dos de las situaciones típicas. Cómo ayudarlos a superarlo






En un grupo de la Escuela para Padres que dirige la psicoanalista Eva Rotenberg, una vez alguien dijo que siempre había querido que sus hijos fueran independientes y que no les costara separarse de sus padres. Por eso, agregó, les había dado el pecho sólo 15 días. Y que había intentado no estar demasiado tiempo con ellos por miedo a generar apego.
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Años más tarde, cuando sus hijos empezaron a ir al jardín y a interactuar con otros chicos de su edad, algo quedó demostrado: la fórmula no había funcionado como ella esperaba. En lugar de niños independientes y seguros, tenía hijos que vivían colgados de sus piernas, lloraban en el jardín de infantes cuando sus compañeros ya se habían adaptado y reclamaban la presencia de alguno de sus padres en los cumpleaños, mientras que los demás chicos se quedaban solos.
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"El desapego es todo lo contrario de lo que necesita un niño: genera dependencia y, luego, angustia de separación. Para que una persona se sienta bien cuando sea adulta, debe haber pasado por la etapa de simbiosis, que es normal y ocurre en los primeros meses de vida", explica Rotenberg.
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La angustia de separarse y el miedo de perder una fuente de seguridad (que puede estar encarnada por los padres o por otros seres queridos) es un sentimiento común de los seres humanos. Pero los niños lo expresan abiertamente y sin pudor.
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Si hay que atenerse al diccionario, el trastorno de ansiedad por separación es la preocupación o el temor excesivos de ser separados de familiares o personas con las cuales el niño está ligado afectivamente.
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Martín, de ocho años, no quiere ir al colegio ni quedarse a jugar en la casa de sus amiguitos. Se abraza a su mamá y le dice que tiene miedo de no volver a verla o de que "a vos te pase algo malo mientras yo no estoy".
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Según los especialistas, todos los niños y adolescentes experimentan algún grado de ansiedad. Es una parte normal del crecimiento. Sin embargo, cuando la preocupación y los temores ante la separación del hogar o de la familia no son apropiados para la edad, puede tratarse de un trastorno de ansiedad de separación.
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El diagnóstico
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Mailén, de dos años, es traviesa y le encanta investigar todo. Pero cuando siente que su mamá está lejos, es mejor taparse los oídos. Este año, Mailén empezó a ir al jardín maternal, pero su mamá la tuvo que acompañar los dos primeros meses de clases y sólo entonces comenzó a cumplir el horario completo de tres horas; hasta ese momento, era todo llanto y angustia.
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Desde bebita, Mailén se acostumbró a dormir sola porque sus padres pensaban que de otro modo se iba a acostumbrar mal. Eso le costaba, todas las noches, horas de llanto. Además, tomó la teta apenas hasta el tercer mes, por decisión de su mamá, y estuvo a upa con cuentagotas porque sus padres creían que tenerla en brazos perjudicaría su independencia futura.
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"Una de las fantasías más comunes de los padres es el temor a convertirse en eternos esclavos de los hijos. Sin embargo, el ser tenido en brazos es una necesidad tan importante para los bebes como sus requerimientos fisiológicos", señala la psicóloga Cora Rosenzvit.
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"En los primeros meses de vida -continúa la especialista-, levantarlos, hablarles y acariciarlos es una de las maneras más importantes que tienen los padres de demostrar amor por su hijito. La presencia constante de los adultos, intensiva al principio, va a crear en el niño la confianza básica de que no está solo, librado a fuerzas desconocidas, y de que sus necesidades van a ser satisfechas en algún momento. Si esta confianza básica no se logra establecer, cada ausencia o frustración va a ser vivida con intensa angustia y sensación de abandono."
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El afecto
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Se estima que un 4 por ciento de los niños pequeños sufre el trastorno de ansiedad por separación, mientras que la cifra para adolescentes es algo menor. Los hijos de padres que padecen el mismo problema son más propensos a sufrirlo.
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Según un informe del Martin Memorial Health Systems, para el diagnóstico de trastorno de ansiedad por separación, los síntomas de temor (ante la lejanía de algún miembro de la familia) deben durar por lo menos cuatro semanas.
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Diversos estudios indican que el trastorno afecta por igual a varones y mujeres. Los primeros síntomas suelen aparecer alrededor de tercero o cuarto grado y, en general, ocurren después de las vacaciones o de una enfermedad prolongada.
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Se cree que hay factores biológicos, familiares y ambientales que contribuyen a su desarrollo. De hecho, actualmente se está estudiando si un desequilibrio entre dos transmisores químicos del cerebro (norepinefrina y serotonina) interviene en los trastornos de ansiedad.
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Algunos chicos heredan una tendencia a ser ansiosos. Pero el temor y la ansiedad también pueden ser aprendidos de miembros de la familia u otras personas que manifiesten con frecuencia esos sentimientos en relación con el niño.
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"No se trata de niños con problemas, sino de familias con problemas -dice la psicoanalista Alicia Díaz Farina, directora de Psicólogos y Psiquiatras de Buenos Aires-. Estos trastornos son llamados de atención para que en las familias puedan plantearse preguntas tales como: ¿qué significa para los papás tener un hijo?, ¿cuáles son sus historias familiares respecto de la maternidad o la paternidad?, ¿en qué situación familiar llega este hijo al mundo?"
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Los síntomas del trastorno de ansiedad de separación (ver recuadro) pueden parecerse a los de otros problemas psiquiátricos. Siempre es necesario consultar al médico para que haga un diagnóstico.
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En general, los niños con este trastorno manifiestan temor excesivo a que sus padres mueran o desaparezcan, no pueden dormir sin la presencia en el cuarto de un familiar y presentan malestares físicos (dolor de estómago, náuseas, vómitos, dolor de cabeza) ante la inminencia de separación.
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Según los especialistas, hay causas externas que hoy incrementan la incertidumbre y la angustia de los niños: padres que permanecen mucho tiempo fuera de casa, inseguridad en la calle, un entorno poco amigable en el jardín de infantes. Pero estas situaciones no son la causa de los temores, sino agravantes circunstanciales.
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Cómo evitarlo
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"Seguridad en sí mismo es lo primero que el niño necesita para formar su identidad. Esa seguridad la obtiene del marco afectivo que le dan sus seres más cercanos, es decir del apego -explica Juan Manuel Bulacio, director del Instituto de Ciencias Cognitivas-. En los trastornos de angustia de separación existe alguna inseguridad en relación con las figuras de apego; es decir, el niño siente que su base no es segura y por lo tanto quiere permanecer cerca de ella por temor a perderla."
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Un dramático ejemplo de la importancia del afecto es el resultado de una famosa investigación coordinada a lo largo de treinta años por el psicólogo austríaco René Spitz. Este estudio se basó en la observación de cientos de bebes en diversas guarderías.
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Se trataba de nenes cuyas madres, solteras o divorciadas y de nivel socioeconómico bajo, no podían hacerse cargo de ellos. En estos centros, cada enfermera tenía a su cargo a diez bebes, por lo que cada uno obtenía, en el mejor de los casos, una décima parte del tiempo de la enfermera, es decir, una décima parte de los cuidados que le hubiera dado una madre.
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Como agravante de la carencia afectiva, era común que las enfermeras colgaran sábanas entre las camitas, aislando al niño del mundo y de los otros cubículos.
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Todos los niños observados tenían buena relación con sus madres, las que los visitaban frecuentemente. Pero en cierto momento, entre el sexto y el octavo mes, fueron privados de ellas, por diversas razones, durante tres meses.
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Como consecuencia de la separación, los bebes desarrollaban una conducta lloriqueante que después de un tiempo daba paso al retraimiento. Solían desviar la mirada cuando alguien se acercaba, se negaban a participar en actividades que se les proponían, perdían peso, sufrían de insomnio y tenían resfríos recurrentes.
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Cuando la separación de la madre excedía los cinco meses durante el primer año de vida, los síntomas iban empeorando. Los niños quedaban postrados boca arriba en su cama y la pérdida de apetito y la propensión al aumento de las infecciones llevaban a un porcentaje tristemente elevado de muertes si la privación afectiva continuaba en el segundo año de vida.
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Este es un ejemplo dolorosamente extremo de cómo el ser humano necesita del contacto afectivo para vivir. No alcanza sólo con alimento y cuidados higiénicos. La falta de afecto puede derivar en problemas como el trastorno de ansiedad de separación u otros mayores.
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"Si la separación temprana de la madre es indispensable por razones económicas o laborales, debe tratarse de que el bebe quede acompañado, en la familiaridad de su casa, y en la medida de lo posible evitar el anonimato de la guardería", opina el doctor Jorge Franco, médico psiquiatra y jefe de consultorios externos de Salud Mental del Hospital de Clínicas.
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"Se deben diferenciar los problemas eventuales de angustia ante la separación de los padres -como dificultad para quedarse en el colegio o en casa de familiares o amigos cuando se puede reconocer el motivo que origina el conflicto- de aquellos casos en los que el chico nunca pudo dormir fuera de su casa, que exige la presencia de la madre en un cumpleaños de un amiguito, mientras que ninguno de sus compañeros está acompañado", agrega Franco.
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La maduración en la infancia es muy variable y depende de muchos factores. La necesidad de presencia y cercanía física de la madre o de un sustituto con función materna debe ir menguando con la edad, pero si no se constituye la confianza básica en el niño, que es su certeza de ser querido y protegido, aumenta su inseguridad juntamente con exigencias y demanda de atención.
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"Alrededor de los tres años, el niño ya puede separarse porque ha internalizado la figura de los padres y cuando se separa por un tiempo los tiene adentro. Como a esta edad ya les ha perdido el miedo a los desconocidos, hay que enseñarle ciertas pautas para que pueda comenzar a cuidarse; por ejemplo, que no se vaya nunca con un desconocido por más amable que sea", dice Eva Rotenberg.
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El tratamiento
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"Para la terapéutica deben investigarse los factores biológicos del niño, las características psicológicas de sus padres, la relación afectiva de la pareja, el vínculo con los hermanos y con las personas que lo cuidan en ausencia de los padres y la situación socioambiental en la que se desarrolla el niño", dice Franco.
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El tratamiento específico del trastorno de ansiedad de separación será determinado por el médico, pero en general estos problemas pueden ser tratados eficazmente.
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Las recomendaciones de tratamiento pueden incluir terapia psicológica para el niño o el adolescente, centrada en ayudarlos a aprender habilidades para manejar su ansiedad y dominar las situaciones que contribuyen a generar esa ansiedad.
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Algunos niños también se benefician del tratamiento con medicamentos antidepresivos o contra la ansiedad.
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En todos los casos, los padres tienen un vital papel de apoyo en el proceso del tratamiento; por eso, los especialistas recomiendan la terapia familiar, además de mantener un canal de consulta asiduo con la escuela a la que el niño concurre a diario.
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Por Valeria Burrieza
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Algunos síntomas
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Según la Academia Americana de Psiquiatría Pediátrica y Adolescente (Aacap), los niños con ansiedad de separación pueden:
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Sentirse inseguros si se quedan solos en su cuarto.
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Demostrar apego excesivo.
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Manifestar temor de ir a la escuela.
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Sentir preocupación o temor excesivos acerca de sus padres.
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Ser la sombra de su madre o de su padre en la casa.
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Tener dificultad para dormirse.
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Tener pesadillas.
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Sentir temor exagerado por los animales, los monstruos y los ladrones.
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Temer quedarse solos en la oscuridad.
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Tener rabietas cuando se los obliga a ir a la escuela.
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Protagonistas
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Estos son dos casos típicos relatados a la Revista por padres y profesionales:
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Quiere ir a dormir a la casa de Tomás, pero tiene miedo. Se arma de coraje y decide ir, pero cuando oscurece empieza a extrañar a su mamá. Aunque le da vergüenza, llora frente a su amiguito y pide desesperado que lo lleven a su casa. Cuando finalmente llega, está de mal humor, se enoja con todos y no puede dormirse.
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Agustín, de 10 años.
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Llora cuando llega la hora de ir a la escuela. Dice que se siente mal, que su corazón late muy fuerte, le transpiran las manos, le falta el aire y le dice a su mamá que tiene miedo de morirse. Muchas veces, la excusa de que le duele la panza se anticipa al momento de los preparativos para el colegio y su mamá, cansada de lidiar todos los días con la misma situación, a veces deja que se quede en la cama.
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Belén, de 12 años
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Datos útiles
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American Academy of Child and Adolescent Psychiatry: http://www.aacap.com/
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Asociación Argentina de Trastornos de la Ansiedad: http://www.ansiedad-aata.org/
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Escuela para Padres: http://www.escuelaparapadres.net/
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Martin Memorial Health Systems: http://www.mmhs.com/

Nota sobre Padres e Hijos en diario La Capital de Mar del Plata

Eva Rotenberg, psicoanalista y autora de "Hijos difíciles, padres desorientados"

"Los padres que desarrollan el potencial afectivo se pueden conectar con los hijos"

Fundó una "Escuela para padres" con el fin de acompañar a los adultos en la crianza de los hijos. Propone que los mayores estén atentos a los síntomas que puedan generar futuros conflictos. Habla de cómo prevenirlos y de la necesidad de que el discurso paterno coincida con la acción.


(Diario La Capital de Mar del Plata)

18.06.07

por Paola Galano
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paolagalano@lacapitalmdq.com.ar

Dicha a modo de resignación, una vieja frase resume el espíritu que reina entre los mayores que conviven con hijos pequeños o adolescentes: "Nadie te enseña a ser padre". El dicho aparece frente a situaciones que suelen dejar a los padres sin respuestas: hijos que no se quieren bañar, que no cumplen con las tareas escolares, que sienten miedos diversos o tienen fobias, adolescentes que viven en una sempiterna guerra con sus padres, jóvenes que terminan el secundario y no saben qué hacer con sus vidas, entre muchos otros...
Para que los padres puedan anticiparse a estas complicadas situaciones que se viven puertas para adentro, la psicoanalista Eva Rotenberg, autora del libro "Hijos difíciles, padres desorientados", propone detectar a tiempo los síntomas de los futuros conflictos y evitar que estos dilemas, por pequeños que sean, terminen siendo gigantes y conviertan al hijo en una persona con serias dificultades para enfrentar el mundo.
Desde su "Escuela para padres" que montó en Buenos Aires, la especialista que tiene más de veinte años de experiencia en temas de familia propone "ayudar a los padres a resolver los problemas a medida que se vayan generando", señala en una entrevista telefónica con LA CAPITAL. "Porque todos los seres humanos tenemos problemas, lo que enferma es la respuesta que los padres les dan a los problemas de los hijos".
Y agrega: "La angustia es inherente al ser humano, los miedos los puede tener cualquier chico y son normales, pero hay que ver qué es lo que pasa en la familia con estas situaciones de los hijos: si les gritan, si los asustan más, si los padres se pelean o si se enojan porque el chico no es valiente o si lo tranquilizan. De acuerdo a la respuesta de los padres se lo va a tranquilizar o se lo va a enfermar más. Una persona psicótica es una persona que fue normal, que nació normal y que el medio familiar fue enfermando. Porque la enfermedad mental no es algo localizado en la cabeza, se genera en los vínculos. Hay vínculos que enloquecen y hay vínculos que ayudan al crecimiento mental".
- ¿Cómo ve a los padres?
- Se sienten muy solos con toda las responsabilidades que tienen, tanto el hombre como la mujer tienen que trabajar, llevar adelante la economía y la familia. Y los hijos son una gran responsabilidad. Por un lado se sienten con mucha exigencia y por otro con muchas ganas de divertirse, porque hay como una tendencia a que la vida pasa rápido y hay que divertirse. Ojo, es sano divertirse, pero creo que el exceso de irresponsabilidad termina en una descarga reactiva: en eso de "hagamos lo que se nos cante" y si tienen que dejar a los chicos en cualquier lado los dejan, como una cuestión reactiva a la sobreexigencia, como una válvula de escape.
- ¿Qué inquietud la llevó a abrir una escuela para padres?
- Dos motivos, uno personal y otro profesional. El personal porque crié tres hijos que ahora son hombres, pero cuando eran chicos no tenía a quién consultar, porque los modelos que yo tenía no eran los que me gustaban, a pesar de que mis padres fueron divinos. El pediatra no sabe mucho de lo emocional y sólo da pautas. Y a los psicoanalistas la gente los consulta cuando tiene un conflicto ya instalado, pero no había un espacio donde acompañar a los padres en el crecimiento de sus hijos. Yo suelo atender patologías mentales severas: cuando la gente viene con un hijo psicótico o drogadicto se lo ayuda y se lo puede cambiar pero ese proceso tarda años y se pierde tiempo de la vida de las personas. Por eso decidí que mi equipo de profesionales acompañara a los padres en la crianza.

Mensajes no hablados

- ¿Existe una desconexión entre los padres y los hijos?
- Hay un tema generacional, hay una brecha generacional, eso siempre fue así, pero los padres que tienen desarrollado el potencial afectivo se pueden conectar con los hijos. En cambio hay padres que tienen una vida muy difícil, que para sentirse más fuertes tratan de no sentir, porque el no sentir les sirve en el mundo laboral. Y en la familia eso no sirve.
- ¿El potencial afectivo se agota en los besos y expresiones de amor?
- Un padre o una madre les pueden decir a los hijos que los quieren, que son lo más importante del mundo, que son inteligentes, pero hay mamás que se preguntan "cómo mi hijo se puede sentir tan desvalorizado si le digo todas esas cosas". Esa misma señora pone cara de impaciencia y hace gestos cuando su hija intenta atarse los cordones, de acuerdo a un ejemplo que cito en mi libro. Entonces la nena se siente tonta. La confianza en uno mismo y la autoestima no se siente por lo que los padres dicen sino por las actitudes, se da por un mensaje que no es solamente hablado.
- ¿Es el metalenguaje?
- Si coincide el metalenguaje con el lenguaje y con la expresión de cariño ahí hay una sintonía, crece un chico sano y es una familia armónica. La formación del sí mismo se genera a través del inconsciente, no a través de lo que los padres dicen sino de lo que los padres sienten y transmiten.
- En su libro habla de la importancia de la prevención. ¿Hay alguna forma de prevenir los conflictos familiares?
- Sí, primero no pensar que los chicos les hacen las cosas a propósito a los padres. Cuando los padres piensan eso empiezan a reaccionar reactivamente y a imponerse de modo autoritario y se acrecienta el malestar. Hay que cuidar la cabeza porque una vez que alguien tiene un brote psicótico es difícil volver para atrás. No es cuestión de imponerse, de querer tener razón y de que el chico obedezca a la fuerza. Es un arte, los padres tienen que hacer que los chicos obedezcan con un buen clima, sin regalos ni recompensas pero por amor, un chico que se siente querido hace caso por amor, porque tiene miedo que el padre no lo quiera. Cuando el chico le perdió respeto al padre es porque hay algo mal. Y en ese caso es bueno consultar. Es mejor una consulta temprana que cuando los hijos tienen 18 y ya tienen una autonomía instalada.

Prevenir desde el nacimiento

Un chico que viene con una infancia con conflictos podría desarrollar en su adolescencia un brote psicótico, señala Rotenberg. "En lunfardo, significa que se rayó, que tuvo una ruptura con el orden lógico, y ya no le importa nada. Recuperar eso lleva años de tratamiento".
La psicoanalista indica que en la adolescencia los problemas de vieja data se acrecientan debido a que el chico se tiene que "enfrentar con el mundo adulto", lo que implica "hacerse cargo de sí mismo, de la sexualidad, del trabajo, de la economía y si no siente que tiene recursos internos se da cuenta de que no puede y ahí se arma".
Para que la adolescencia se transite con la menor cantidad de problemas, Rotenberg sugiere una buena infancia. "La adolescencia empieza en el nacimiento, no a los 15 años, por eso es necesario que los padres vayan registrando los síntomas, esa es la mejor prevención", señala.
Entre los síntomas que la psicoanalista destaca como llamados de atención se encuentran, cuando son bebés, "los problemas de alimentación, de insomnio, de llanto continuado o los casos en que un chico no puede jugar solo o no se lleva bien con los compañeros del jardín. Y durante la primaria los chicos que no le hacen caso a la maestra y los que no se hacen responsables, los que no se quieren levantar a bañar ni se visten solos. Eso no es normal", señala.

Las consultas más comunes

"No hay un solo motivo de consulta", cuenta Rotenberg a partir de la experiencia adquirida en su "Escuela para Padres". "Los miedos son un motivo muy frecuente. Hay padres que tienen miedo a los hijos adolescentes, pero durante la primera infancia muchos chicos le tienen miedo a la noche o a la oscuridad. Otro punto es el de la agresividad, el caso de chicos de los que los maestros se quejan porque son agresivos. También se ve una falta de adaptación a otros chicos, problemas de aprendizaje y chicos obsesos. Y en la adolescencia, específicamente el problema de la droga. Cuando terminan la secundaria, muchos no saben qué estudiar y a otros les cuesta poder terminar la secundaria", cuenta.

Adopción: El nido anhelado.